Entrevista de Alberto Asprino a Rafael Rangel

Alberto Asprino: Rafael Rangel se forma con honores, Cum Laude, en el prestigioso Pratt Institute de la ciudad de Nueva York, y de regreso al país en 2004 inicia una particular actividad expositiva, que ya se hace sentir.

AA: Te formas teóricamente, por así decirlo, en los Estados Unidos pero la “carretera” del arte realmente se va recorriendo en nuestro medio ¿es esto correcto?

RR: Me siento venezolano y tengo un sentido de pertenencia con este país. Esto es un aspecto importante para mi trabajo. Aquí es donde nace todo. De todos modos tengo que considerar que haberme formado fuera, me da una perspectiva global en muchas áreas de este oficio.

AA: Considerando que pocos, muy pocos jóvenes artistas asumen la escultura como una indagación a seguir, ¿Qué te mueve para comprometerte casi en solitario?

RR: Durante los años noventa, la escultura fue muy atacada por el medio artístico. Esto hizo que la misma no fuese atractiva para mucha gente. Como consecuencia se creó una especie de rechazo o fobia en los artistas de mi generación. Tampoco hay que olvidar que la logística alrededor de la escultura es compleja, y esto le da otro toque ingrato. Es como nadar contra la corriente pero el objeto es algo que tiene un papel protagónico en nuestras vidas y eso siempre estará en manifiesto.

AA: Actualmente hay tantos materiales novedosos, atractivos, ¿por qué escoges el acero?

RR: Siempre me ha gustado. El acero es un material que está en el día a día de todos nosotros y muchas veces no nos damos cuenta. Por otro lado, me atrae lo simbólico de este material. Es “fuerte e industrial“. Este aspecto ya se encargaron los modernistas de investigar, pero más llama mi atención la parte orgánica y poética del acero. Algo así como “el hombre de hojalata” de la historia del Mago de Ozz…

AA: En tus más recientes apariciones nacionales tu obra presenta diversas respuestas estéticas y espaciales, ¿por qué esa sensación de dispersión o de propuestas antagónicas?

RR: La estética que investigo siempre ha sido la misma, es casi incontrolable. Busco llevar al límite las ideas que voy desarrollando. A veces cuando creo que he llegado a un buen lugar, me pregunto: ¿Qué podría estar más allá de la satisfacción? Y allí es cuando empieza a hablarme la obra…

AA: Plantear la búsqueda del espacio a través del hierro soldado pareciera confinarse a la dependencia de la herramienta técnica. ¿Cómo hace Rafael Rangel para no caer en un prototipo?

RR: Simplemente me adapto a la idea, trabajar en acero es sólo una consecuencia de una línea de ideas que voy desarrollando. El material me ha dado el canal para seguir investigando. Solo eso.

AA: ¿Hay, además del dominio técnico y la destreza del oficio, algún otro elemento que resaltar en tu obra?

RR: Sí, el dominio técnico es algo completamente secundario para mí. Es simplemente lo mismo que significa la pintura y la tela para un pintor. Mi investigación hace énfasis en iconos que son tan naturales que a veces pasan desapercibidos y la fina línea entre lo figurativo y lo abstracto. Por ejemplo un Chinchorro. De primeras es un icono del folklore pero yo considero que es un icono del “pop” venezolano. También es sinónimo de hogar. Es muy fácil imaginarse un chinchorro e identificarse con él, en algún momento lo has tenido en tu casa o lo tienes. Esto crea una conexión entre el hogar y el objeto, que a su vez ya es muy escultórico; sin olvidarse del sentimiento de pertenencia que este puede crear.

AA: ¿Qué te mueve del entorno inmediato para tu producción artística?

RR: Vivimos en un momento de acceso y qué mejor que entrar a todas las puertas…

AA: Te he escuchado ocasionalmente, que tu ideal es la obra de gran formato, ¿es ello un paso necesario en la carrera de un escultor?

RR: Mi ideal es no tener límites prácticos. Guardo una libreta con muchas ideas que son en estos momentos imposibles pero sé que en algún momento no lo serán.

AA: ¿Qué pasa con el pequeño formato, con esa escala íntima?

RR: Adaptarme a la idea que tenga en el momento y no adaptar la idea a mí. Para mí esto es muy importante. Si la obra pide ser pequeña así será. En estos momentos estoy haciendo una serie de obras que son todas pequeñas y me tienen muy emocionado. El formato pequeño tiene un ritmo muy particular y creo que hasta puede ser más invasivo que otras escalas.

AA: Recientemente, tu obra ha querido explorar en paralelo la sensación tridimensional, percibida desde un solo plano, ¿es que acaso la obra lo pide o es el creador que se lo exige?

RR: Como dije antes. La investigación es la que va dictando por dónde va. En el momento que empiezo a desarrollar ideas se me van ocurriendo otras y ellas me van llevando a lugares donde no me imaginaba. Por eso me parece muy importante, de manera indispensable, desarrollar y trabajar físicamente las ideas. Porque todo lo que se queda en solo ideas no puede crecer, porque no hay proceso y sin proceso no se encuentra nada que te pueda llevar mas allá de lo que imaginabas.

AA: Tu formación es americana, pero tu verdadera raíz tiene alimento local, ¿cómo llevas esa experiencia personal?

RR: Vivir, estudiar y trabajar afuera me dió grandes beneficios, a su vez me reafirma mis sentimientos sobre mis raíces. Esto me da la ventaja de poder vivir en cualquier lugar libremente consciente de que soy venezolano.

AA: Estar estudiando en los Estados Unidos te puso en contacto con la escultura contemporánea, con esos antecedentes universales ya reconocidos como verdaderos pilares, tal es el caso de Richard Serra, Tony Cragg, Richard Deacon, entre otros. ¿Te dejaron una marca indeleble en tu proceso creativo?

RR: Admiro y respeto mucho a ellos tres. Me identifico en el aspecto formal de la obra pero el contexto es completamente antagónico.

AA: Y en nuestro país, ¿quién te ha marcado, o en todo caso, con quién te identificas?

RR: Reverón fue un gran escultor, y la visión de Gego fue muy determinante.

AA: ¿Es influenciable Rafael Rangel?

RR: Es imposible no recibir influencias de nadie. Considero que es parte de la contemporaneidad. Todos estamos hechos de influencias y de fusionar una cosa con otra. Es la manera como avanzamos.

AA: Como joven artista, ¿qué crees que le aportas al movimiento escultórico nuestro?

RR: Una investigación antropológica de lo abstracto.

AA: Los salones de arte, tanto por invitación como por concurso, te han brindado una ventana para asomarte al escenario del arte. ¿Qué ves desde allí?

RR: Los salones de arte son una oportunidad para mostrar la obra. Por más que sean criticados por muchos este aspecto es irreducible. Por otra parte no son la única manera de hacer que te vean o darse a conocer. Simplemente están allí y hay que aprovechar lo que te puedan brindar, sin olvidar que son sólo salones y que la obra es completamente independiente de ellos.

AA: En mi caso particular, yo prefiero hablar de propuestas tridimensionales, más que aplicar el término de “escultura”, no crees que éste último está caduco?

RR: La gente le tiene miedo a la palabra escultura, hay que aceptar que está visto como un término anacrónico. A mi me gusta la palabra. Porque no sólo significa “tridimensional”, escultura es una palabra que se acerca más al “objeto” que la palabra tridimensional. Y eso me gusta porque considero que la escultura es el objeto que mas se acerca al hombre.
Tridimensional pueden ser muchas cosas, pero la palabra escultura se refiere al objeto per se y no hay por que tenerle miedo al objeto. Estamos rodeados por ellos.

AA: ¿Se autorretrata Rafael Rangel en su obra?

RR: Mi obra tiene su propia autonomía pero es inevitable coquetear con ella.

AA: Rafael Rangel asume el arte como una realidad tajante, no se va por las ramas, va directo a lo que busca, a lo que lo inquieta: encontrar en el espacio una razón vital para construir su propia tridimensionalidad. Su obra es franca, abierta, por más unida constructivamente que aparente ser.

Es continua, desafía el material, lo desconstruye, lo vuelve piel, componente de todo un cuerpo. Cuerpo en movimiento que abraza la naturaleza, la reinterpreta, la hace médula de su propia raíz vivencial, que lo identifica por dentro, que se esconde en sí mismo para seguir explorando en solitario una razón existencial: su propio yo.

 










 
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